lunes, 2 de julio de 2012

Una cobertura engañosa

 acceso al agua es desigual e inconsistente

Si se mira de lejos, casi el 100% de los habitantes de Panamá tiene acceso al agua potable. La realidad, sin embargo, es muy distinta.
Ana Teresa Benjamín.
 
Son miles los panameños que, para conseguir agua, dependen de carros cisterna o de fuentes poco seguras, como los pozos no protegidos, ríos y quebradas. LA PRENSA/Archivo

Panamá es un país que registró un crecimiento económico de 10.6% en 2011, pero en el que buena parte de su población aún pasa páramos para tener agua potable.

De acuerdo con la información que Panamá presentó en 2009, como parte del informe de seguimiento de los Objetivos del Milenio (ODM), el 93.2% de los 3.4 millones de habitantes del país (es decir, 3.2 millones de personas) tiene acceso al agua para beber.

Visto así, las cifras son realmente halagadoras. En el documento se lee incluso que “de acuerdo con los datos disponibles, la proporción de población con acceso a agua potable refleja el cumplimiento de la meta para el año 2015 a nivel nacional”, que es reducir a la mitad el porcentaje de personas que carezcan de acceso  sostenible a agua potable.
 
Pero si se mira con más atención las estadísticas, la realidad se pinta de un color distinto.

En 2010, cuando la Contraloría de la República efectuó los censos, salió a relucir que 655 mil 854 hogares (2.6 millones de personas) consiguen agua de la forma más cómoda: tan solo abren los grifos en sus casas y se les hace el milagro.

¿Qué ocurre con los 800 mil panameños restantes? Es aquí donde los números adquieren un matiz interesante.

Resulta que más de 600 mil obtienen el agua fuera de sus viviendas, ya sea a través de una tubería instalada por el Instituto de Acueductos y Alcantarillados Nacionales (Idaan), por un acueducto público comunitario o uno particular.

Tal como dice el exdirector del Idaan Juan Antonio Ducruet, esto quiere decir que cientos de miles “no tienen instalaciones intradomiciliarias de agua potable y deben salir de la casa para buscarla en una pluma comunal”.

Con el resto sucede algo peor. Sin acueductos a su disposición, recurren a las más variadas formas de consecución de agua: desde la utilización de pozos brocales hasta el agua lluvia; desde los ríos y el agua embotellada hasta el carro cisterna (ver gráfico).

Solo por resaltar algunos ejemplos: en Chiriquí, en 3 mil 623 hogares las personas consiguen su agua en pozos brocales no protegidos. En Darién, mil 983 hogares lo hacen en un río, quebrada o lago. En la capital, 5 mil 822 hogares dependen de los carros cisterna.

Estos números son importantes porque las Naciones Unidas destacan que hay fuentes mejoradas y no mejoradas de suministro de agua potable. Entre las mejoradas están las conexiones de los hogares, la fuente de agua pública, el pozo cubierto y la recolección de agua de lluvia. Entre las no mejoradas se mencionan el pozo no cubierto, los ríos o estanques, el agua suministrada por vendedores, el agua embotellada y el agua de camión cisterna.

Bajo estos parámetros, más de 200 mil panameños consiguen agua para beber de fuentes no mejoradas, con el consiguiente riesgo para la salud.

“Realmente estamos muy lejos de estar bien y menos de poder estar conformes”, agrega Ducruet.
“Es contrastante el crecimiento económico contra la poca inversión en agua y, sobre todo, en saneamiento”, puntualiza.

Yakarta Ríos, presidenta de Consumo Ético, dice por su parte que esta situación no hace sino poner en evidencia cómo se le ha dado prelación a la construcción de megaproyectos “que a la ejecución de políticas públicas básicas”.

A esto habría que añadirle un elemento: aun para quienes tienen acueducto y reci-ben, en teoría, agua potable en sus casas, el servicio es tan inconsistente que al final termina siendo una fuente insegura.
Los censos de la Contraloría también brindan datos reveladores sobre esto. En época seca, 227 mil 125 hogares reciben agua tan solo por unas horas. En la estación lluviosa los números bajan un tanto: 186 mil 489 hogares solo tienen agua entre dos y siete horas por día.

En el informe de los ODM de 2009, Naciones Unidas incluyó comentarios sobre estas inconsistencias y disparidades. Se dijo, por ejemplo, que mientras en las áreas urbanas había un abastecimiento de agua de 99%, en el área rural era del 82.9%. “Es necesario desarrollar intervenciones destinadas a mejorar la sostenibilidad y calidad del servicio con mayor énfasis en las áreas rurales y las comarcas indígenas”, se subraya.

Para Ducruet, el problema actual es que el Gobierno, en el tema de salud pública, le ha dado prioridad a la construcción de grandes hospitales, cuando esta debería ser la última intervención luego de procurar agua, saneamiento básico y buen manejo de residuos sólidos.

Aunque el Idaan anunció nuevas inversiones en líneas de conducción y mantenimiento de plantas potabilizadoras, Ducruet asegura que “la inversión en agua y saneamiento ha estado congelada durante tres años, y todas las licitaciones que están sacando ahora ya estaban listas para el cambio de gobierno”.

Se intentó obtener la versión del Idaan y del Ministerio de Salud sobre el tema, pero las gestiones hechas a través de sus oficinas de relaciones públicas fueron infructuosas.
 

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