"Saloleaks" en la (anti) política panameña
Paco Gómez Nadal
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Es
fascinante el caso de Salomón Shamah, Salo para los amigos. En primer lugar,
porque su carrera vertiginosa hacia el poder está pavimentada de la nada. Una
historia insulsa, discotequera y noctámbula que lo hizo esperar hasta los 37
años para graduarse como abogado en la USMA en un conveniente degree washing
(¿eso existirá?); una buena frase para su amo; alguna conexión en la sacrosanta
comunidad, y ya: ministro de Turismo sin cartera, extranjero con permiso para
disparar dardos a quien su amo mande y hombre al que nadie ni nada toca.
Segundo,
porque Salo ha tenido la habilidad de hacer que se olviden todos los cadáveres
que guarda en el clóset, del mismo modo que su amo convierte cada escándalo
personal en un complot internacional contra su estupenda gestión.
Salo ha
vuelto y lo ha hecho con ganas. “Yo fui quien diseñó la cuña”, de mal gusto y poca
inteligencia contra el amnésico vicepresidente, afirmó el responsable de
Turismo y, en sus ratos libres, sparring de la oposición para no exponer a su
presidente (que cuando abre la boca suele meter la pata, algo autorizado en su gobierno).
Dice Salo que el video es veraz, que son las pruebas para denunciar a Varela
ante la justicia y ahí demuestra su poca habilidad, porque si unas cuantas
fotos del vice con Lavítola es prueba de su delito, entonces Martinelli sería
condenado a cadena perpetua.
En todo
caso, yo le recomendaría a Salo que no se acerque a tribunales que no sean
panameños. En los del país aún puede respirar tranquilo, porque su gobierno los
teledirige, pero fuera él tiene varios problemitas. El primero es su relación
con el tráfico de drogas y armas, tal y como dos servicios de seguridad
extranjeros (Colombia y Estados Unidos) lo han reseñado con detalle. Claro, que
parafraseando al Presidente, se le podría decir a Salo: “Lo respeto mucho, lo
quiero mucho y ojalá no caiga otra vez en el flagelo de las...” [Martinelli dixit].
Por algo el ministro de Turismo no puede promocionar a Panamá en Estados
Unidos, porque ese país le retiró la visa. El segundo problemita sería si
alguien saca a relucir su supuesto “trabajo” como correo de David Murcia, un
pájaro de cuidado que embarró a media clase política del país, pero que está
pagando él solo todas las penas. Por último, si algún tribunal del patio
funcionara este señor estaría condenado por calumniar a diestro y siniestro.
Martinelli
tuvo la tentación de deshacerse de él en mayo de 2011, cuando los escándalos
sobre Salo se multiplicaban. Incluso llegó a decir que “lo que va a la ATP es
una mujer”: una nueva metida de pata que la oficina de prensa de Presidencia
deshizo de una manera bastante poco creíble. Optaron por enfriar todo y seguir
comprando medios, para que el bueno de Salo no perdiera el mejor empleo de su
vida.
No es fácil
prescindir de él. Martinelli ha utilizado a la santa trinidad
(Mulino-Cortés-Salo) para dar las peleas más feas, para atacar a sus
contrincantes, para difamar y provocar. Salo lo ha hecho de propia voz y a
través de su creatividad audiovisual. Tiene el descaro de declararse
“independiente” y no conoce el concepto “conflicto de interés”.
Se me ocurre
que la única manera de acabar con esta forma barriobajera de hacer política
está en manos de los pocos periodistas y medios independientes del país.
Imagínense que nadie grabara o reprodujera palabras de Shamah o de Cortés o de Mulino
si no se refieren de forma exclusiva a asuntos de su competencia como
servidores públicos; imaginen que ningún canal de televisión pautara spots de
ataque al contrincante, vengan de donde vengan... así igual se tranquilizaba
monseñor Ulloa, quien tiene razones de estar preocupado ante el tono de esta
eterna campaña electoral que forma parte de la estrategia de Martinelli y los
suyos (esa es la lección número uno del populismo: nunca se acaba la campaña
electoral).
Salo entró
el viernes a calentar más la pelea y Varela y los suyos entran al trapo como
toros desbocados. Deben llevar cuidado, porque también tiene el rabo de paja.
Escuchar al vicepresidente decir que “Martinelli se debe al pueblo y no a sus
recursos económicos” es asistir a un ejercicio de cinismo innecesario;
aguantarse a los ofendidos panameñistas ahora cuando fueron cómplices durante
dos años de las mayores aberraciones es denigrante para ese pueblo con el que
se llenan la boca (y los bolsillos). Recuperemos la memoria, recuperemos la
dignidad. El “Saloleaks” es el mejor ejemplo de cómo se practica la (anti)
política en el país, pero hay que evitar que el ruido que provoca no nos deje
pensar y actuar con inteligencia.
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